Pensando en los comerciantes barceloneses (“¡Atrapado anteayer en Córdoba!”), y también en Josep Pla, Un señor de Barcelona:
En Manlleu ha existido, hasta donde alcanza mi memoria, una gran afición por el canto de los pájaros. La «Societat d’aucellistes», que es muy antigua, organizaba cada año, en mayo, concursos de canto pajaril que solían celebrarse en la Plaza de Dalt. Se montaba una plataforma adornada con guirnaldas de boj y de esparraguera, sobre la cual se sentaban, frente a una larga mesa, los individuos del jurado. El concurso duraba un día completo de sol a sol. A primera hora se depositaba sobre la mesa una enorme coca a la disposición del apetito de los del jurado. Este tribunal realizaba sus funciones comiendo coca–a veces las tajadas que se servían eran de un tamaño imponente–y bebiendo copitas de aguardiente.
Muy de mañana aparecían los concursantes con sus jaulas y sus pajarillos que depositaban sobre la mesa.
La misión del jurado era escuchar los trinos de los pájaros; después de cada passada ponían una banderita en la jaula del pájaro que acababa de cantar. Estas banderitas servían para la clasificación definitiva. El espectáculo me retrotrayó muchas veces a las escenas de «los maestros cantores». Sin embargo, era mas complejo. Los pájaros de las jaulas entraban en un estado de frenesí y de pelea, se agarraban, frenéticos, a los barrotes de las jaulas en actitudes crispadas y violentas. En libertad, los pájaros cantan por el celo. Enjaulados, yo creo que cantan de rabia, en virtud de una explosión de delirio incontenible.
Thinking of Barcelona vendors (“¡Caught the day before yesterday in Córdoba!”), and also of Josep Pla, Un señor de Barcelona:
A fondness for birdsong has existed in Manlleu, Barcelona province for as far back as my memory reaches. The “Societat d’aucellistes”, the Society of Bird-Fanciers, is very old and used to organise annually in May bird singing contests which used to be held in Plaza de Dalt, Upper Square. A platform was erected and decorated with garlands of boxwood and asparagus, and on it were seated, along a long table, the members of the jury. The contest lasted a full day from dawn to dusk. At first light a huge coca, a Spanish-style pizza, was deposited on the table to satisfy the the appetite of the jurors. This court exercised its functions whilst eating coca–sometimes the slices served were of an imposing size–and drinking glasses of eau-de-vie.
Very early in the morning the contestants appeared with their cages and their birds, which they deposited upon the table.
The jury’s task was to listen to the calls of birds and, after each turn, put a little flag on cage of the bird which had just sung. These flags were used for the final classification. The spectacle frequently took me back to scenes from Die Meistersinger. It was, however, more complex. The birds in the cages entered into a frenetic and quarrelsome state, frantically clutching the bars of their cages with tense and violent attitudes. Free, the birds sing when they are in rut. Caged, I believe they sing out of fury, due to an uncontrollable explosion of delirium.